Asesinato en el Parque Sinaloa es un laberinto de intrigas y complicidades, de senderos que convergen en la pasión y el crimen.
Edgar «El Zurdo» Mendieta ha decidido retirarse de las fuerzas policiales. Desencantado y hastiado por la violencia, parece sucumbir ante el consumo autodestructivo de whisky cuando Abel Sánchez, viejo amigo y mentor, hace que vuelva como detective por un favor al que El Zurdo no puede negarse: hallar al asesino de su hijo, el abogado Pedro Sánchez Morán, que fue encontrado muerto en el Parque Sinaloa. La policía de Los Mochis cerró el caso sin investigación alguna, pues dan por hecho que Pedro fue asesinado por su novia, la también abogada Larissa Carlón, cuya muerte reciente fue asumida como suicidio.
Elementos de la Marina patrullan Los Mochis; el Perro Laveaga, cabecilla del cártel del Pacífico, se ha fugado de la prisión de máxima seguridad de Barranca Plana y todo parece indicar que está escondido en algún lugar de la ciudad. El poderoso narcotraficante está actuando con imprudente descuido; confía demasiado en el Grano Biz, su lugarteniente en la zona, y, además, su obsesión por una mujer lo tiene trastornado. El deseo más grande del Perro es reencontrarse con Daniela K., locutora de gran audiencia que ha prometido hacer una radionovela sobre la vida del capo.
Élmer Mendoza nos entrega una obra maestra del género, una novela vertiginosa que nos recuerda que la pregunta fundamental de la literatura policiaca es la misma del amor: ¿quién diablos es el culpable?
Reseñas:
«Élmer Mendoza fue el primero en fijar por escrito, de un modo prodigioso, el habla de la franja fronteriza, la atrevida y fértil mezcla de español, inglés y jerga local; lo que produce un caudal lingüístico de una osadía creativa y de una riqueza incomparables.»
Arturo Pérez Reverte
«Uno de los narradores más interesantes del momento. Literatura directa y sin concesiones que busca en lo más negro de nuestras sociedades las claves para entender al hombre de hoy día.»
ABC
«Aunque el mundo del narcotráfico ha cambiado en los últimos años, la jerga del norte de México y el lenguaje del crimen siguen presentes en las líneas del padre de la narcoliteratura.»
El País