El ser humano se enfrenta a la vida sin saber cómo vivirla o no la vive con la sabiduría suficiente.
Con frecuencia se teme vivir pero mucho más asusta la muerte; aunque la vida se sienta como una carga o como una pesadilla, el ser humano se aferra a ella.
Excepto por los místicos, santos o personas muy evolucionadas, la muerte siempre ha sido contemplada en Occidente como un mal terrible.
En Oriente, el sentido de la muerte ha sido diferente, porque siempre ha estado al alcance de la mano y de la vistas; muerte y vida han convivido codo con codo en los países orientales a lo largo de los siglos. La muerte no tenía carácter fúnebre sino que se contemplaba como una cosa natural que formaba parte de la vida.
Tanto en Oriente como en Occidente se ha indagado sobre la importancia de las realidades ocultas tras la realidad aparente y se han buscado enseñanzas, métodos, claves místicas, mapas espirituales y procedimientos para vivir mejor. Así se ha conformado y perpetuado desde la noche de los tiempos el arte del bien vivir y bien morir; es decir, tratar de poner las condiciones para una vida más armónica, pacífica y plena. Y también para una muerte sabiamente aceptada y más apaciblemente experimentada.