Aprender a querer, saber vivir invita a cultivar una personalidad humana firme para amar a Dios sobre todas las cosas con un amor encarnado en el espacio y en el tiempo. Raíces antropológicas y experiencia vital humana y espiritual se entrelazan con la Revelación, el testimonio de los primeros cristianos y el de otros testigos de la fe a lo largo de los siglos. También están presentes quienes no han conocido al Dios que se revela en Jesucristo y, sin embargo, son auténticos «expertos en humanidad».Con este planteamiento, la vida cristiana se presenta fascinante. «Nada humano me es ajeno», escribió Terencio. Creer que Jesucristo es Dios encarnado y hecho hombre como cualquiera de nosotros, empuja a asumir estas palabras con una convicción sin fisuras. Quizá nadie como una persona cristiana puede hacerlas suyas con tanta plenitud.