Para sus enemigos Pedro I era el despiadado el Cruel, pero para sus partidarios se alzaba como el protector Justiciero; los aduladores le llamaban Felipe el Hermoso, y su desgraciada mujer Juana arrastraría el calificativo de La Loca; algunos creían que Alfonso II de Aragón gastaba su tiempo como Trovador y otros que su actitud justificaba el sobrenombre de El Casto. Apodos de todo tipo, laudatorios -Pacificador, Benigno, Animoso- y otros fulgurantes o despectivos -Tuerto, Impotente, Leproso-, jalonan la historia de los reinos hispánicos a lo largo de trece siglos. Fueron muestras de admiración y reconocimiento, de temor o de piedad, y han acompañado de forma inseparable a los monarcas, dando cuenta de los claroscuros de su personalidad. José María Solé, autor de Los pícaros Borbones y Los reyes infieles, nos brinda en estas páginas, reino a reino, una nueva manera de considerar e interpretar muchos hechos del pasado.