Todo hombre anhela a una mujer. Sólo a una: la verdadera, la única, la diosa.
Él, periodista latinoamericano de apellido Talbek y Luciano de nombre, dispara con tinta hasta convertirse en actor de la propia escena que pareció haber imaginado. Desirée lo seduce en cátedra, se trasluce por el vino y lo acompaña en una irrefrenada marcha por el dédalo de su ser social.
Los documentos corren de ministerio en ministerio; artículo tras artículo se ascienden en espiral que cambia de persona. Talbek es Luciano que habla, que se habla, que nos habla siempre observado por una incrédula que lo mira y que nos mira.