Vuelve Annaeus, quizás porque nunca se había ido. Un quizás que es seguro. Un quizás que no es quizás. Y vuelve aún más que antes radicado en Sevilla, donde la revista no sólo se dirige y se piensa, sino donde ahora, también, se edita; donde, físicamente, se hace y distribuye al mundo. Nuestro pequeño mundo romanístico y sus amplios mundos conexos. Una Sevilla a la que aquí, en este tercer número, se hermana a otra gran ciudad del Sur de Europa, Nápoles, centro del Mezzogiorno como Sevilla lo es de Andalucía, ciudad generadora de revistas romanísticas, como Sevilla lo ha sido de esta hermana pequeña, Annaeus, que tanto se ha mirado en el espejo de Labeo, de Index: en el hacer de un Guarino o de un Labruna, en el de la ciencia y el arte romanísticos de toda una ciudad, madre (a veces madrastra) de Giambattista Vico y de una larga estirpe de frecuentadores, muy diversos, del derecho romano. Una de las grandes capitales Nápoles de nuestra disciplina en un modo en que nunca lo había podido ser mínimamente Sevilla hasta hace muy poco, por razones que aquí se explican en parte en el ángulo que traza la figura, tan transitoria en la Ciudad, tan pasajera, de José de Castillejo y el desierto subsiguiente a su marcha definitiva: una Sevilla donde sólo José Luis Murga y los suyos, a partir de los años 80, con el retorno del maestro a la Ciudad, han querido (qué importante querer), sabido y podido (qué necesario poder) laborar sobre el derecho romano de un modo científico y con una vocación universalista, traspasadora del leve recinto que traza, sobre sí misma, toda ciudad (y más ésta): hombre tan sevillano y tan universal, metáfora romanística de su ciudad. Quizás por esta sevillanía de nacimiento y de alma de Murga, y no sólo por sus tres décadas de profundo magisterio en la Ciudad, frente al episódico lustro escaso pasado en Sevilla por un Castillejo que siempre suspiró por irse (y que, en buena parte de su estancia, no estuvo aquí), haya quedado una impronta indeleble en la Ciudad: suya y del derecho romano: de un derecho romano cultivado con rigor e imbricado en la cultura universal y no sólo sevillana. Como siempre ha ocurrido con la auténtica cultura de Sevilla y no con sus pastiches; como con Velázquez, Murillo o los Machado; como con don Juan, un mito nacido desde dentro; como con Carmen, otro percibido desde fuera: sevillanías que son hoy del mundo. X EXORDIUM Qué tiempo para dar el tiempo ganado. Penetrada la muralla de palabras hechas para juntar y separar a un tiempo (qué arte sevillano), interiorizado el clima moral y psíquico desde el mismo inicio de la vida propia, todo es posible en esta tierra que parece paralizada, tan vagamente perceptible, en cambio, tan intraspasable, el espíritu de la vieja ciudad para el foráneo que no esté dispuesto a asumir el largo precio de una atención exclusivista, permanente, cegadora. Otros no pudieron, supieron, quisieron hacerlo, pese a los muchos años, decenios, transcurridos en la ciudad: una ciudad que tampoco era la suya y en la que la huella ?simplemente personal, y tan frecuentemente sombría- se disipa ya, no encarnada en letra, no hecha libros, no coagulada en escuela. Qué importante, sí, es querer. Si no se quiere cuando se puede, se termina por no poder. Este hermanamiento, pues, que aquí se aprecia se acuesta sobre otras bases, las de una sintonía, que lo fue entre el maestro sevillano y aquel otro, tan grande, Antonio Guarino, gigantesco hacedor de ciencia y de escuela en la luz napolitana, y entre dos modos de decir, pensar y sentir todas las cosas, también las romanísticas. Luz, luz y sombra, como ha escrito Mario Bretone sobre Nápoles. Luz de una cultura en la que los romanistas tienen mucho que decir. Luz de Sur, de mar o río hechos a la luz, durante siglos, durante milenios. Meandros múltiples de una cultura permanente. De Sevilla a Nápoles. Algo que no supo, no pudo, no quiso ver ni hacer Castillejo, con la consiguiente pérdida para la ciudad romanística y universitaria, y que mucho menos han podido hacer (ni en el fondo ver) otros no sevillanos, tan pequeños, después de él: los ya idos, los que pronto se irán. Sin dejar la más mínima posibilidad de un rastro duradero, de interacción, de senda. No devolviendo lo que, durante tantos años, recibieron de la Ciudad. Como un eximio civilista afirmaba un día, amigo cercano de nuestra ciencia, el derecho romano científico en Sevilla empieza en cierto modo con Murga y será murguiano, o no será.