Nacida en la mágica noche de San Juan, que, según la tradición, otorga poderes a sus hijos, la poetisa Anna Ajmátova (1889-1966) es una de las voces más excelsas del siglo XX. Le tocó vivir una época excepcional: la Revolución rusa, que supuso el fin de todo un modo de vida y la persecución de la cultura anterior. A la guerra que asoló su país de 1917 a 1922 le siguió la instauración de un nuevo orden, de rígidos principios, cuya peor cara serían los años del Terror bajo el puño de hierro de Stalin. Más tarde un nuevo conflicto bélico, la Segunda Guerra Mundial, golpearía de nuevo una Rusia empobrecida, donde la crueldad había tomado carta de naturaleza. Muchos intelectuales huyeron, llevando al exilio sus señas de identidad. Con un sentido casi místico de su misión poética, Ajmátova eligió quedarse y compartir el destino de su patria. Su experiencia personal -su primer marido, el también poeta Gumiliov, fue ejecutado y considerado "enemigo del pueblo", y su único hijo, encarcelado durante años en un gulag- dio forma a una obra singular, plena de elegancia y fuerza, que, junto con el testimonio de su propia sensibilidad, también refleja el dolor de todos los oprimidos, con independencia del lugar o del tiempo.