Veinticuatro siglos después, nosotros, inmersos en la aceleración a que nos tienen sometidos los procesos vertiginosos de las nuevas tecnologías, situados bajo el estruendo del viento huracanado de la innovación, estamos aturdidos de tal forma que se nos escapa la inalterable condición del ser humano, la increíble permanencia de las pasiones. Su influjo ejerce ahora la misma fuerza que ya describieron los griegos. La identificación del ser humano ya estaba bien definida en los tiempos de Jenofonte, cuyo relato se lee ahora con el impaciente interés de los mejores reportajes.