El retorno al castellano, atribuible a la índole misma de la historia, se traduce en una evidente variedad métrica. Resonancias que ya aparecieron en la anterior obra del autor (desde Góngora hasta Rubén Darío e incluso Garcilaso, a menudo en la lectura que de ellos hizo la generación del 27) coexisten con un mosaico de alusiones a literaturas en otras lenguas, al mundo del cine o a la pintura, para relatar una historia contemporánea en una diversidad de tonos y acentos que no se adscribe a tendencia alguna.
Se cumplen aquí proféticamente las palabras que Octavio Paz escribió a Gimferrer en 1968: Dentro de 10 años será usted un hombre joven y dentro de 40 un viejo, pero siempre será, estoy seguro, un poeta joven. Con esto no quiero decir un poeta imperfecto sino un poeta dueño de esa perfección que sólo lo joven tiene.