Solo sé que quiero vivir descalza el máximo tiempo posible (descalzos los pies y descalza la sesera) y que algún día no es un día de la semana, así que más me vale decidir YA».
A mi lado hay dos señoras-chicas de cuarenta y pico con pinta de tener la casa superordenada. ¿Cómo es esa pinta? Pues van conjuntadas, planchadas, peinadas y hablan bajito. Me juego un ojo a que dejan cada cosa en su cajón, doblan perfectamente la ropa dentro de la bolsa del gimnasio y llevan unos neceseres tan completos como cuquis. Son de esas a las que yo admiro en el vestuario mientras embuto mi ropa sucia hecha una boñiga dentro de una mochila que siempre es demasiado pequeña y en la que nunca hubo un peine porque me paso los dedos por la melena y me quedo tan ancha.
Mientras tecleo en mi portátil, intento adivinar qué echaré más de menos cuando me vaya de Nueva York e intuyo que serán mis paseos con Marina, las cenas con las chicas sobre el césped de Bryant Park, las pizzas de Eataly frente al Flatiron Building, las charlas interminables a la puerta del metro, las risas descontroladas. Y, sobre todo, echaré de menos a quien yo soy aquí, así que espero visitarme de vez en cuando.