Argumento de Al Dios de los Chicos Locos
Este libro es la historia de una rendición. Su protagonista, como el personaje de Wells, regresa a Madrid sin más trofeo que una flor marchita. Ha dejado de beber, de fumar, de tomar drogas y de tratar con desconocidos, por lo que le sobran veinticuatro horas de cada día. Para colmo, ha dejado de reconocerse en los espejos y en las maletas que arrastra. Sólo quiere dormir: dormir hasta morirse. No engaña en ningún momento con otras intenciones: es su única nobleza. La vida, sin embargo, le sorprende con un premio de consolación: el cariño inesperado de otro prójimo, uno grande como un oso, que tampoco atraviesa un bello verano. A partir de aquí, el relato se convierte en una suerte de viaje hacia el origen para cerrar el círculo que lo explique todo: los fantasmas a los que debemos enfrentarnos cada día; la tristeza a crecer irremediablemente; el pánico a la soledad y la incapacidad, al mismo tiempo, de construir con otros relaciones sólidas; la diferencia entre lo bueno y lo malo, entre la sensatez y la locura, entre lo real y lo inventado. Se trata, en suma, de una estremecedora novela sobre la incapacidad para vivir, tan hermosa y tierna como implacable y feroz.1