Beatus ille, dichoso aquel que acoge benignamente y con agradecimiento en su interior el tiempo que le es ofrecido, sin hipotecar la alegría de vivir a un mañana. Aquí y ahora son los adversarios de los vencedores: acojámoslos con espíritu magnánimo, conscientes de su grandeza. Perfumemos el alma de todas aquellas resonancias -también poéticas- que sean capaces de concedernos un renovado encuentro con la vida, en el que no quepan empobrecedoras rutinas. Vivir es, efectivamente, la gran cuestión: todo lo demás es algo añadido. Los verbos hacer y tener poseen una relevancia muy secundaria cuando se comparan con la de ser: somos tiempo enamorado (de la vida).
La conclusión es obvia: no pongamos el acento de la felicidad en lo que hacemos y tenemos, sino en lo que somos.