Nunca hubiera podido imaginar los secretos que ocultaba el cuaderno de viaje de mi hermano, ni de la profunda huella que había dejado a su paso por el Nepal. Bajo la temblorosa luz de las llamas recorrí con la vista aquel trayecto, despertando en mi mente imágenes de lugares que solo había visto en los libros: Kathmandú, Namche Bazaar, la aldea de Dingboche... Sus palabras, como ecos del pasado, despertaron en mí la necesidad de ir tras sus pasos. El Himalaya custodiaba la verdad sobre lo ocurrido, un misterio cuyas claves residían en aquel diario por el que algunos estaban dispuestos a matar.
Así comenzó una aventura que cambiaría nuestras vidas, con la esperanza de alcanzar esa cumbre, donde al fin, podríamos alzar la mano y acariciar el cielo.