El mar dulce o el río marino van definiendo un hogar. Conocer las rías es buscar también el taller de su corazón campesino, sus molinos e ingenios de agua, sus fuentes trucheras, sus ruinas de piedra. Y sus vilas y cidades.
Son las Rías Altas un espacio de leyenda. La continua alternancia de valle y montaña, el mosaico de bosques, labradíos y cultivos, los diez mil ríos, los mil y pico kilómetros de litoral en un encaje de bolillos marino sin par, los treinta y dos vientos de la Rosa, la diversidad de (micro) climas y más de treinta mil núcleos de población hacen del pequeño país gallego una enorme nación atlántica. Ese vínculo entre tierra y humanidad que se da en Galicia hace que cada lugar, por pequeño que sea, tenga una personalidad propia, que, por supuesto, el nativo se encargará de acentuar. Pero es que, además, el sur y el norte existen aquí como dos hemisferios naturales y de alguna forma culturales. El sur, las Rías Baixas, es la Galicia tropical, con su clima más cálido, sus cielos púrpura en las Cíes, con sus vides de Albariño y Rosal, con sus limones y kiwis, sus glicinas en los balcones de señorío, sus velas coloristas y deportivas, sus playas llenas hasta la bandera, su marcha nocturna, su frontera (de cierto aire Tex-Mex) con Portugal.