Ha llegado el momento de repensar nuestra forma de entender y gestionar el fenómeno de la inmigración. Las sociedades ven al extranjero, pero solamente al pobre, como una amenaza a su situación de confort, y desde esta visión nacen argumentos estereotipados en contra de la población migrante. Estos argumentos siempre son generalizaciones extremas basadas en el desconocimiento, aprendidas o asumidas por nuestro entorno, que pueden derivar en opiniones y actitudes que condicionan la convivencia. Son muy difíciles de desmontar, ya que son informaciones sumamente simplistas y, por tanto, muy fáciles de transmitir. Los estereotipos y prejuicios provocan racismo, intolerancia, rechazo, segregación y odio.
Demasiadas veces olvidamos que la inmigración ha tenido un impacto totalmente positivo sobre la riqueza de nuestro país, ha mejorado las arcas de la Seguridad Social y con ello nuestro sistema de bienestar y desde siempre nos ha enriquecido culturalmente. Analizar esta visión desde una perspectiva objetiva es un ejercicio de responsabilidad personal, responsabilidad también de nuestro sistema educativo, de las instituciones públicas y de los poderes fácticos.
Empecemos a poner el enfoque sobre la necesaria sensatez y la exigencia de honestidad y empatía con la realidad de la inmigración. Si a cada discurso estereotipado sobre el extranjero no se une el contexto en el que estos aparecen, ni se explican sus porqués, ni contrastamos la información, ni recordamos nuestro pasado, estaremos construyendo un modelo de sociedad excluyente y discriminatoria.
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